Del Miño al Bidasoa: Notas de un vagabundaje
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Author | Camilo José Cela |
Aparicio consulta su decisión con CJC en julio del 48: el escritor acepta su propuesta, que no es otra que la de realizar de inmediato un viaje, financiado por Pueblo, para que dentro de la órbita de las notas de vagabundaje que Cela acaba de consolidar en Viaje a la Alcarria, ofrezca una propaganda indirecta de las residencias veraniegas de la organización sindical. La carta (11-VIII-1948) en la que Aparicio formaliza el acuerdo, le indica que «el eslogan de la campaña ha de ser algo por estilo a lo siguiente: ‘‘Cómo veranean los trabajadores españoles’’, ‘‘Gran reportaje por el novelista Camilo José Cela’’. Tendrás que conjugar paisajes, tipos, costumbres, dejando ver por debajo, que gracias al Estado de Franco y a la Organización sindical ocurre esta coyuntura de movilizar a los hombres y a las mujeres del pueblo español con ocasión de las vacaciones, conociendo mejor y pudiendo amar de esa manera a su patria».
Cela se pone en marcha de inmediato. Tiene un mes para llevarlo a cabo. El 4 de septiembre aparece en Pueblo la primera entrega; la última, que atañe al recorrido del Miño al Bidasoa, ve la luz el 20 del mismo mes (las restantes, hasta 25, con materia geográfica andaluza, finalizaron el 6 de noviembre). Son el germen del libro Del Miño al Bidasoa. Notas de vagabundaje (Barcelona, Noguer, 1952). Las crónicas de Pueblo llevan el marbete genérico de «Y así veranean los trabajadores. La vuelta a España de un novelista». En la primera justifica que se haya descalzado las botas de siete leguas: «España es un puzle de grandes y extraños países que no pueden empalmarse a pie». Por ello no se trata de un viaje de cabotaje, sino de altura, y «el viajero -escribe Cela-, contra su costumbre, no va a hacer en este viaje folklore, sino turismo».
Las notas gallegas del viaje se inician en el Barco de Valdeorras y son un prodigio de sintética precisión geográfica: «Por la Puebla de Trives pasa el río Navea y entre la Puebla y Castro Caldelas, los altos de Cerdeira, llegan a los novecientos metros». Son una delicia las subjetividades del viajero: «Frente a Iria Flavia, entre un bosquecillo de carballos y sobre la falda del monte Meda, duerme el caserío de Pedreda, lleno, para el viajero, de remotos recuerdos infantiles». Y, naturalmente, se refieren a las residencias, la de Luis Collazo, a la entrada de la bahía de Vigo, o la del Grajal, «para señoritas», a la entrada de «La Coruña, que es una ciudad demasiado hermosa».
Estas crónicas que, como CJC confiesa en el prólogo a la primera edición de 1952, «fueron el huevo de estas páginas» y que fascinaron a Carmen Laforet, quien reseñaba el libro en Destino (21-II-1953) como obra de gran empeño (desde luego el escritor la recreó con tenacidad y esmero), no acabaron donde Aparicio quería, un libro de propaganda, entre otras razones porque «a los jefes de la Organización Sindical les han parecido poco sindicalistas», según le escribe el 30 de septiembre de 1948. Desembocaron en una obra maestra de la literatura de viajes, en la senda de Unamuno, Azorín, Ortega y Josep Pla, que tan bien conocía el genial escritor gallego.”